Echar el cierre

Hoy el diario traía
una noticia mundana,
y es que nuestro bar de siempre
-nuestro único confidente-
ha bajado la persiana.

Van a desahuciar la mesa
que con nervios escrutabas,
donde dejabas tu libro
cuando llegar me mirabas;

ésa donde entre cafés
todo y más me prometías;
desde ella me jurabas,
desde ella me mentías.

A la basura las sillas
de terciopelo ya marchan,
lleven con ellas recuerdos
de fines que no llegaban,
de besos que no debían
darse quienes compartían
ahora fuego, luego escarcha.

En mil pedazos las copas
del licor que reclamabas,
en mil pedazos nosotros
si de pronto te asustabas
cuando quizá en mí veías
para el resto de tus días
el sol para tus mañanas.

De aquello sólo quedaba
aquel bar que fue tan nuestro,
y como tú y yo morimos
también ahora está muerto;

que se lleve la alegría,
la pena y la algarabía
que aún pudieran quedar dentro.

Por fin el cemento urbano
ya pronto habrá sepultado
hasta el último recuerdo.

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Tus zapatos

Quisiera entrar en tus zapatos
para entender tus caminos,
para comprender tus pasos;

así oler los mismos pinos,
ver los cielos que ya vimos
desde donde tú has pisado.

Hoy llenaría la horma
que amortigua tus pisadas,
sería en tus noches malas
quien a tu lumbre da forma
– te sería suelo firme
cuando no sabes decirme
si es anécdota o es norma,
si he de quedarme o irme,
si soy luz o si soy sombra.

Te entrego zapatos nuevos
para suelos movedizos;
si estamos asustadizos
cuando mal soplen los vientos
han de sernos los cimientos
para tiempos quebradizos.

Zapatos que ahora nos anclan
el uno al lado del otro
y el otro al lado del uno,
para que los pies nos bailen
como no bailó ninguno.

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Una mañana cualquiera

Serena te despierta la luz con su caricia
y te giras, desnuda, para encontrar mi cuerpo,
tú voz me quiera suya, tal es la avaricia,
que me falta voluntad para evitar el entuerto
– decides cuando el barco zarpa del puerto
sin que nadie lo impida, tal es la codicia.

Es tu tacto un guante de cachemir cosido
que paseas por mi tez, un tanto morena,
juegas a anular en mí quejido y pena
y en mi reacción, prometes: “yo no he sido”
– traviesos tus cantos, pícara sirena,
maltrecho mi barco, tocado y hundido.

Así como llevas la tormenta perfecta
invocas la calma con un chasquido,
te obedece mi mundo, hada insurrecta;
blanca la bandera de mi tesón rendido.

Diriges mi nave en dirección incierta;
bien sabes que ciego y a tientas te sigo.

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Madrid

¿Qué tendría Madrid
que te fuiste conmigo
para regresar sin mí?

Te fue la ciudad el postigo,
perfecto por donde huir,
pues por ella fui testigo
(duele aún cuando lo digo)
de un infame sinvivir;
y aunque entiendo tu partir
como quien pierde su abrigo
el frío me vino a herir.

¿Era tu ocasión mentir?
¿Fue merecido el castigo?
¿No valgo más que de amigo
el silencioso crujido
de tus pasos al partir?

Cruel ausencia aquella tuya
que me resigné a aceptar,
y hoy en el salón de estar
no hay nada que la recluya
ni rincón dónde se intuya
tu anciano caminar.

Pero aunque no te recuerde
jamás perseguí la suerte
de alcanzarte a olvidar.

Y cuando en mi cavilar
por infortunio he de verte
una melodía inerte
rima ingrata algo así:

“qué tendría Madrid
que te fuiste conmigo
para regresar sin mí?”

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Me abandona mi patria

Me abandona mi patria cuando insiste
en su andar torpe y patizambo
por caminos de sendero oscuro y triste
empeñada en poner vallas al campo.
¿Cómo ha de ser libertad el emblema de tu mando
si te encierras en ti para negar lo que viste
o lo que en ti andan mirando?

Me abandona mi patria cuando observa
a hijos como yo marchar cabizbaja y resignada,
dimitió de retener luchando a capa y espada
un pedazo de su ser, renuncia que así me enerva:
de tierra regada en sal no ha de crecer jamás nada,
madre que quisiste ser antes Crono que Minerva.

Me abandona mi patria cuando no entiende
que es hijo aquel también que ostenta posesión vana:
¿cómo te has de llamar nación de raíz cristiana
si el llanto de otro color tu oído no lo comprende?
Que tal vez pueda ser yo el que su cuerpo malvende
en tierra de igual bondad, pues la toma quien la paga.

Me abandona mi patria cuando confunde
la fruta yerma con la que grana.

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La esperanza tiene voz de niño

A los y las jóvenes que marchan por el clima

Bajan por la calle hordas de chiquillos
como una marea de calma intranquila,
gritan por su tierra y forman corrillos
con una juventud casi ofensiva.

Se quieren vivos.
Se quieren vivas.

Enmiendan sus cantos la mirada altiva
de la autoridad que tanto cuestionan.
Los advierten ya: si las dan, las toman,
y que de tomar ya hubo en demasía.
No se andan con bromas, pues les va la vida.

Tantos ríos de tinta por manchar el nombre
de una juventud que se ha dicho ociosa:
miradlas marchar rompiendo la prosa,
miradlos marchar, contra el fin del hombre.
Mirad y admirad, con mueca celosa,
esta marabunta que no hay quien la sombre.

Es una alegría que no admite venganza,
es un repicar que no admite castigo,
solo un palpitar que ha de ser abrigo
de quien quiera unirse al compás de la danza
-una danza que, con fulgor de trigo
tiñe el firmamento de verde esperanza.

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Para qué ser luna

En círculos rondo el porvenir de tus caderas
pisando los ritmos que danzan tus disfraces;
¿cómo será que de la nada naces
y aun al morir me desvivo, deshojando las esperas?
¿Cuál será la ley que hilvana tus encajes
y que rompe las costuras de mi caja de madera?

Son tus manos caprichosas las que rompen la baraja
y deciden a qué hora diligente el sol se pone,
marcan tiempo y el camino por el cual al fin asome
mi semblante, un tanto triste, si tu anhelo así dispone
– y así paso yo mis días, esperando por tus noches.

Luna soy, pues luna me haces,
y destellan mis suspiros con la luz que tú me arrojes:
si anocheces prenderé con la lumbre de otros soles
o seré oscuridad si la noche no la traes.

Y sol quiere ser la luna
para que nunca se apague

 

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Nada

No queda paz en tus tierras
ni tu bandera es ya blanca,
aquel sol del mediodía
es frío
                ¡pero quemaba!
y la luna ya no trae
mareas a nuestra playa
– y mira que hasta ayer
lo hermosa que brillaba.

En nuestro jardín no hay flores
por más que yo las regaba
ni vienen ya las abejas
porque andan asustadas
– nada puede ya crecer
abonado en mar salada.

Y aunque antes nuestra cama
era toda risa y fiesta
se recoge ya la orquestra
sin pompa pero sin drama;
qué solución más funesta
la única que nos resta
incluso cuando se ama;

que a veces no es suficiente
entregar lo que se siente
si el pesar al cielo clama.

Este poema fue publicado en el libro Leyendo Poesía in London © Todos los derechos reservados. El libro puede ser adquirido en el menú Tienda.

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