Primero y último

El primer beso aquél que yo quería
empuñar con el fulgor de un doble filo:
malherir aquel amor que te aturdía,
de por vida marcar el corazón mío.

Con un beso, lo mismo que la marea,
anegar quise el espacio entre nosotros
montar guardia en los adentros de tu aldea,
ser muralla para que no entrasen otros.

Sé que no debiera usar este lenguaje
ni hablarte debería en este tono,
pero hombre soy de humilde linaje
y no hay cima más alta que tu trono.

Pero al fin un día pude percatarme
del infortunio de esta triste ironía:
para conseguir un día liberarme
decidí que tú tenías que ser mía.

Por eso cuando la luna dormitaba
cuatro trapos derramé en una maleta;
una lágrima en mi rostro resbalaba
observándote en mi fuga discreta.

Lee el poema «Primero y último» de @dominguezireig

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Ausencia

Perdona, estuve ausente
perdido entre los pliegues de la vida;
anduve laberintos grises
y calles de final angosto
sin dar con una puerta de salida.

Estaba pero me metí dentro,
dentro del caparazón que me recubre,
un abrigo que protege el frío
de la lumbre cálida y hermosa que hay afuera.

Me disculpo, porque soy así a veces:
lejano y cenizo,
ácido y obtuso
cuando cicatriza en mí la noche.

Azabache me volví
porque negra era mi sangre.
Por eso me hice sombra
e intenté circunvalarte de puntillas.

Hoy sigo enterrado entre la arena
pero encontré algo de mar en la distancia
para navegar hacia esa orilla
y atracar ya de regreso.

Me quedaré un rato más en cubierta
pero ya pronto estoy conmigo.

Hablemos de la muerte

Hablemos de la muerte,
pero no como de la estocada final
que nos arranca del mundo,
sino como del monte bello
donde ser una luciérnaga
alumbrando el firmamento.

Hablemos de la muerte,
jamás como del viaje a la epidermis de la tierra
sino como de una escalera a las estrellas
para resplandecer ajenos a la oscura noche.

Sí, hablemos de la muerte
como de un banquete al final de un largo día,
con sonrisas, con palmaditas en la espalda,
y no como de una cercena impuesta
cruelmente.

Hablemos, por favor, de la muerte,
como del retorno a las entrañas del planeta,
no como de la huida hacia una nada
que no existe.

Hablemos de la muerte entre los vivos
para juntos rellenar la ausencia
con la abultada calma del recuerdo
y el bálsamo gris de las fotografías viejas.

Pero, sobre todo, hablemos de la muerte ante el espejo,
hablémosle a ese rostro pálido de miedo
que nos mira a los ojos sin el valor de preguntarse
cuándo llegará la hora
y cuánto dolerá atravesar el purgatorio.

Hablemos de la muerte
porque la muerte
es la única evidencia de la vida
y el único testigo de que vivir valió la pena.

Lee «Hablemos de la muerte» de @dominguezireig

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Qué pena, señor

¿Dónde aprendió, señor, que al que le falta
también ha de faltarle usted al respeto?
Sepa que un trato humano tan escueto
dice mucho peor de al que le basta.

¿Quién le dijo, señor, que al que entrega
a nuestra patria todo con decoro
solo le debe usted el grito, el lloro
porque le hayan parido en otra tierra?

¿Cómo creyó, señor, que una hembra
que pudo ser la que le diera vida
merece el trato de su voz crecida?
Guárdese cuando recoja el que siembra.

¿Por qué pensó, señor, que el que ama
distinto a como usted no ha de sentarse
a su lado, como si no fiarse
pudiera decidirse en la cama?

¿Cuándo intuyó, señor, si es creyente
que no podía tener por hermano
a un compatriota sin afán cristiano?
El Padre da cobijo al diferente.

Qué pena, señor, el dolor demente
que causa usted con ese odio vano;
tras ese manto de delirio ufano
existe un mundo que no va a estar siempre.

Aproveche: aún no es tarde.
Aún no es tarde: aproveche.

Lee «Qué pena, señor» de @dominguezireig

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