Malta

Ungida en el bálsamo de una belleza decadente,
hija de un hervor palpable del pasado
despierta una ciudad de andar destartalado
desperezándose mediterráneamente.

Afable fortaleza es el presente
que nos entrega un mar turbulento o calmado
– más o menos sereno, más o menos demente…

Y en ese sur suave y turgente
de roca caliente y rostro tostado
al sosiego invita la luna creciente.

Fervor isleño que como un accidente
dibuja en su agua un sueño acristalado,
y tras su relieve un atardecer anaranjado
anuncia la llegada de la noche argente.

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Hablemos de la muerte

Hablemos de la muerte,
pero no como de la estocada final
que nos arranca del mundo,
sino como del monte bello
donde ser una luciérnaga
alumbrando el firmamento.

Hablemos de la muerte,
jamás como del viaje a la epidermis de la tierra
sino como de una escalera a las estrellas
para resplandecer ajenos a la oscura noche.

Sí, hablemos de la muerte
como de un banquete al final de un largo día,
con sonrisas, con palmaditas en la espalda,
y no como de una cercena impuesta
cruelmente.

Hablemos, por favor, de la muerte,
como del retorno a las entrañas del planeta,
no como de la huida hacia una nada
que no existe.

Hablemos de la muerte entre los vivos
para juntos rellenar la ausencia
con la abultada calma del recuerdo
y el bálsamo gris de las fotografías viejas.

Pero, sobre todo, hablemos de la muerte ante el espejo,
hablémosle a ese rostro pálido de miedo
que nos mira a los ojos sin el valor de preguntarse
cuándo llegará la hora
y cuánto dolerá atravesar el purgatorio.

Hablemos de la muerte
porque la muerte
es la única evidencia de la vida
y el único testigo de que vivir valió la pena.

Lee «Hablemos de la muerte» de @dominguezireig

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Qué pena, señor

¿Dónde aprendió, señor, que al que le falta
también ha de faltarle usted al respeto?
Sepa que un trato humano tan escueto
dice mucho peor de al que le basta.

¿Quién le dijo, señor, que al que entrega
a nuestra patria todo con decoro
solo le debe usted el grito, el lloro
porque le hayan parido en otra tierra?

¿Cómo creyó, señor, que una hembra
que pudo ser la que le diera vida
merece el trato de su voz crecida?
Guárdese cuando recoja el que siembra.

¿Por qué pensó, señor, que el que ama
distinto a como usted no ha de sentarse
a su lado, como si no fiarse
pudiera decidirse en la cama?

¿Cuándo intuyó, señor, si es creyente
que no podía tener por hermano
a un compatriota sin afán cristiano?
El Padre da cobijo al diferente.

Qué pena, señor, el dolor demente
que causa usted con ese odio vano;
tras ese manto de delirio ufano
existe un mundo que no va a estar siempre.

Aproveche: aún no es tarde.
Aún no es tarde: aproveche.

Lee «Qué pena, señor» de @dominguezireig

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Echar el cierre

Hoy el diario traía
una noticia mundana,
y es que nuestro bar de siempre
-nuestro único confidente-
ha bajado la persiana.

Van a desahuciar la mesa
que con nervios escrutabas,
donde dejabas tu libro
cuando llegar me mirabas;

ésa donde entre cafés
todo y más me prometías;
desde ella me jurabas,
desde ella me mentías.

A la basura las sillas
de terciopelo ya marchan,
lleven con ellas recuerdos
de fines que no llegaban,
de besos que no debían
darse quienes compartían
ahora fuego, luego escarcha.

En mil pedazos las copas
del licor que reclamabas,
en mil pedazos nosotros
si de pronto te asustabas
cuando quizá en mí veías
para el resto de tus días
el sol para tus mañanas.

De aquello sólo quedaba
aquel bar que fue tan nuestro,
y como tú y yo morimos
también ahora está muerto;

que se lleve la alegría,
la pena y la algarabía
que aún pudieran quedar dentro.

Por fin el cemento urbano
ya pronto habrá sepultado
hasta el último recuerdo.

Lee el poema «Echar el cierre» de @dominguezireig

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